Un presente digno de un Emperador
Por Javier Yuste González
Durante la Baja Edad Media, el empleo de la artillería fue adquiriendo una importancia capital para los estados europeos en gestación; más aún cuando, en lontananza, se advertía la Edad Moderna. La evolución tecnológica de las bocas de fuego marcó el devenir de la Historia, y aún sigue haciéndolo allá donde la guerra rompe las dulces pero endebles cadenas de la paz.
El emperador Carlos V, el césar invicto, no era ajeno a la baza de la artillería y de su perturbadora aura, aún permaneciendo callada en los cuarteles. Debía tener presente el recuerdo de la poderosa arma aragonesa de su abuelo materno y le placía demostrar músculo de hierro allá donde le dieran la oportunidad, como aquella vez en la villa de Valladolid (1522), una vez apaciguados los ánimos de la guerra de las Comunidades, al pasear por sus calles con un tren de setenta y tres piezas, todas ellas fabricadas por el fundidor flamenco Hans Popperinter de Malinas (Bélgica) y de quien, por el tema que centra este artículo, podríamos destacar por ser el artífice de piezas como la culebrina de bronce, de 12,4 cm. de calibre y 373,6 cm. de longitud de ánima, fundida en 1516 para el marqués de Tarifa.
Pero los cañones, con independencia de su tamaño y su calibre, también servían como símbolo externo de poder y riqueza. Muchos de ellos y que hoy día se conservan fueron objeto de delicados trabajos y fundidos incluso con metales preciosos; en su mayoría insinuaban una jactancia narcisista del propietario, promotor del artefacto, o una señal de generoso vasallaje hacia un señor o soberano. Entre estos últimos contamos con una culebrina de plata maciza encargada por Hernán Cortés, llamada Tiro Fénix, que regaló al ya mentado Carlos V en señal de devoción y gratitud de fiel servidor al otro lado de la Mar Océana, junto a otros bienes, todos ellos acompañados de una carta fechada en la ciudad de Temixtitan (Tenochtitlan) el 15 de octubre de 1524.
La misiva, escrita y firmada por un Cortés que, en apariencia, se ve seguro en su posición de señor de Méjico, un territorio ya pacificado y por el que comenzaba a preocuparse por la labor evangelizadora, adelanta una serie de “cosillas” que custodiaba un hombre de confianza del conquistador, Diego de Soto, natural de Toro. Tras ello, comienza a describir con detenimiento el gran premio de su envío, el Tiro Fénix, una culebrina de plata maciza; por increíble que pueda sonar, Cortés dice (y nosotros completamos sus palabras consultando las crónicas de Francisco López de Gomara) que destinó para la fundición veinticuatro quintales y dos arrobas de plata de Mechoacan (46,04 kg. el quintal y 11,5 kg. la arroba; lo cual supone más de una tonelada de material, si no nos fallan las matemáticas), aunque cree que habría más cantidad de metal pues se tuvo que hacer el arma dos veces (quizá por impericia de los fundidores). Confiesa que se había gastado 24.500 pesos de oro (11,27 kg. de metal precioso), a cinco pesos de oro el marco (media libra), siendo que el fundido, grabado y transporte posterior hasta el puerto le supuso otros 3.000 pesos castellanos de oro (1,38 kg. de metal precioso).
La culebrina tenía grabadas un ave fénix y la siguiente una letra dedicada al Emperador:
Aquesta nació sin par;
Yo en serviros sin segundo;
Vos sin igual en el mundo.
Completar estos datos con que a Diego de Soto no solo le acompañaba la pesada culebrina de plata y la misiva, sino otras “cosillas” que mentaba de pasada Cortés, como 70.000 castellanos de oro (que, según nuestras discutibles cuentas, serían el equivalente a unos 32.200 gramos de rico metal).
Tanta riqueza y devoción material hacia el soberano por parte de un hombre tan arrojado como ambicioso, solo podía levantar ampollas en la Corte, sobre todo entre los nobles más sedentarios y de discutible lealtad hacia la Corona, los cuales llevaban ya un tiempo conspirando entre bambalinas para que el monarca retirara el apoyo al conquistador y la gobernación del territorio, y fuera puesto bajo arresto para ser objeto de pleito.
El Tiro Fénix y los dineros que trajo de Soto desbarataron todas las maquinaciones contra el medellinense, siendo la chanza aún mayor en las plazas y corrillos, donde nació la coplilla referente a los celos que despertó el arma argentina:
Aqueste tiro a mi ver
Muchos necios ha de hacer.
Pero, ¿qué razón de ser tenía fabricar semejante arma? Quizá la respuesta, no del todo clara por su inquina hacia el conquistador, la dé uno de los subalternos de Cortés, Bernal Díaz del Castillo, en su obra «Verdadera historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva España por el Capitán Bernal Díaz del Castillo, uno de sus conquistadores», con la que trató de desmitificar a su superior; pues, en poder de las imprentas, tan solo existían crónicas que ensalzaban su figura hasta extremos absurdos, dando a entender que él sólo había conquistado Méjico y era el único digno de méritos y prebendas.
Díaz del Castillo relata unos sucesos anteriores a la decisión de Cortés de fabricar el Tiro Fénix, protagonizados por franceses lanzados a la rapiña con el visto bueno de su rey, Francisco I, contra los galeones españoles procedentes del Nuevo Mundo. El monarca galo, antítesis de Carlos en esto y mucho más, mostró su disconformidad con los beneficios que las coronas hispanas estaban obteniendo de las tierras descubiertas sin pretenderlo por Cristóbal Colón; igualmente, le parecía injusto que Portugal y Castilla se hubieran repartido el globo, aunque contaran para ello con el beneplácito de Roma.
El 20 de diciembre de 1522 zarparon del puerto de Veracruz dos navíos con Antonio de Quiñones y Alonso de Ávila al mando. En sus bodegas se cargaron joyas pertenecientes a Moctezuma, 88.000 castellanos en barras de oro (la quinta parte correspondiente a la Corona de los tesoros hallados) y tres animales salvajes que Díaz del Castillo describe como tigres (pumas, lo más seguro) y que no dieron pocos problemas y sinsabores abordo.
Sin que entremos a discutir los avatares tabernarios de uno de los comandantes españoles al llegar ambos barcos a las islas Terceras, los bajeles fueron pronto apresados por el corsario galo Jean Florin. Al botín unió a los pocos días otro carguero procedente de Santo Domingo, a reventar de pieles, azúcar, perlas y más oro. La noticia pronto llegó a la Corte de Francisco I, quien no titubeó al expresar su alegría ante tamaña hazaña, sobre todo cuando recibió su parte del premio.
Jean Florin
Pero el Francés no solo se dejó llevar por la algarabía, sino también por la reflexión. Todas aquellas riquezas le valdrían a Carlos para lanzarse a la guerra contra su vecino del norte de los Pirineos si la ocasión política lo permitía y sin privarse de nada para sus huestes, y pronto se pintaría tal cuadro. Fue entonces cuando decidió legitimar las acciones corsarias, pues si Castilla y Portugal se habían repartido el mundo sin contar con Francia, le parecía lícito robar y tomar por mar todo lo que pudiese de las riquezas procedentes de allende el Atlántico.
Aunque las correrías de Florin fueron pocas pues, al siguiente enfrentamiento, esta vez con un convoy vizcaíno en aguas de las islas Canarias, fue hecho prisionero y ejecutado, el daño estaba hecho y Cortés sabía bien que el emperador Carlos necesitaba reponerse del duro revés infligido por el corsario. Por ello, Díaz del Castillo asegura que Cortés reunió todo el oro bajo y plata de Mechoacán y los fundió para fabricar el Tiro Fénix.
Y la pregunta, ahora, es a dónde fue a parar semejante y extraordinaria culebrina. Pues Díaz del Castillo nos da la respuesta que, quizá, no sea del agrado del lector ni lo fuese del conquistador: no pasó del puerto de Sevilla, donde Francisco de los Cobos, comendador mayor de León en la orden de Santiago, en cumplimiento de las prescripciones recibidas desde la Corte, deshizo la culebrina, recuperando todos los metales para las arcas reales.
Francisco de los Cobos.
De todo esto solo quedan algunas palabras sueltas apuntadas por los cronistas de la época y que es de recibo recuperar, aunque sea para este corto artículo.
Saludos.